Invitación a la cordialidad en el inicio del dialogo cubano en Miami
Mons. Agustín Román
En esta nueva ocasión
en que cubanos exiliados de los más diversos matices políticos, comprometidos en
el respeto mutuo que es la base de la convivencia democrática, se reúnen en
respuesta al reclamo de la nación en crisis, yo quiero compartir con ustedes;
los que aquí están y los que no están aquí; los entusiastas y los escépticos, la
alegría y la esperanza que tengo en mi corazón ante este acontecimiento.
Estoy seguro de que nada malo puede ocurrir cuando hombres y mujeres de buena
voluntad, se juntan en medio de su diversidad para discutir con franqueza,
firmeza y grandeza los problemas de Cuba, con la sola intención de hacer un
aporte fructífero a la búsqueda de soluciones a la que todos, por cubanos,
estamos obligados. Creo que, de esta manera, somos consecuentes con la
alternativa vital que planteara nuestro inolvidable pastor y profeta, Monseñor
Eduardo Boza Masvidal, cuando indicaba que “quien no vive para servir, no sirve
para vivir”.
Es bueno que, para comenzar este esfuerzo, se rescate el verdadero significado
de la palabra diálogo. Todos hemos sido testigos de la tergiversación de este
hermoso vocablo, gracias a las manipulaciones de la dictadura que ha querido.
utilizarlo para sus propios fines, y gracias también al acatamiento del léxico
castrista por parte de algunos que, acaso sin reparar de donde viene la
tergiversación, parecen conformarse con que nos roben el diccionario, los mismos
que anteriormente nos robaron la patria.
Comenzamos, pues, reivindicando el derecho del pueblo cubano a hablar en
posesión del valor real de las palabras, que es la única manera de entenderse
los hombres de bien. Eso mismo yo quisiera verlo también con la palabra
libertad, con la palabra justicia, con la palabra democracia, con la palabra
patriotismo, con la palabra paz. Que nunca más los que secuestran la esencia de
estas palabras y se la niegan a nuestro pueblo, nos induzcan a usar las mismas
con un sentido, diferente al de la bondad de su significado verdadero. Pidamos a
Aquel que tiene palabras de vida eterna, al que es la palabra de Dios hecha
carne, que no permita que nos confundan nuevamente las palabras.
Me entusiasma ver que se toman como base para la discusión las propuestas
contenidas en un Documento de Trabajo que se nos presenta sin pretensiones
lapidarias, sino, por el contrario, sujeto a todos los cambios y modificaciones
que los que lo estudien, tanto en la Isla como en el destierro, pudieran estimar
pertinentes.
Como un cubano que, sin desconocer los errores que pudiera haber tenido la
República, admira sinceramente sus logros y virtudes, me place enormemente ver
que una gran parte de las proposiciones del Documento de Trabajo, tienen su
origen en los acápites de nuestra justamente alabada Constitución de 1940,
heredera de la democrática tradición constitucionalista que comenzaran nuestros
mambises en Guaímaro, el 10 de abril de 1869.
Pero, sobre todo, me complace ver que no se invita a una discusión indefinida en
tema ni en tiempo, ya que es claro el propósito de este Diálogo Nacional Cubano
y del documento a discusión, de lograr una transición en Cuba, no por pacífica
menos radical y no por ordenada, lenta. Así, en el contexto de esta propuesta, y
si los cubanos todos hacemos acopio de valor y civismo para llevarla a cabo,
tendríamos en nuestra Cuba una nueva Constitución democrática y soberanamente
redactada, elecciones municipales, provinciales y nacionales absolutamente
libres y, al término del proceso que se propone, un nuevo gobierno libremente
elegido por los cubanos, todo ello en un plazo no mayor de 24 meses.
Yo quiero sumarme a la invitación que ha sido hecha, porque es una invitación
sin exclusiones, a todos los cubanos, a discutir seriamente y con altura de
miras los problemas de nuestra patria, y las posibles soluciones para los mismos
dentro del marco honorable del decoro y de la factibilidad.
Discutamos este documento, cambiemos lo que sea necesario cambiar, mejoremos lo
que sea mejorable, quitemos lo que sobre, pero hagámoslo todo imbuidos de
cordialidad, de aquella cordialidad que distinguió en gran medida las contiendas
cívicas en nuestra República, de esa cordialidad que es la antítesis y el
antídoto del odio impuesto en Cuba por la dictadura que debe terminar, de esa
cordialidad que todos sabemos es imprescindible entre nosotros, los exiliados,
para poder dar lo mejor de nosotros mismos al futuro de la patria.
No hago este llamamiento como lo haría un líder político, porque yo no lo soy.
Lo hago como un sencillo cubano de San Antonio de los Baños, como un desterrado
más, que ansía, como cualquier otro desterrado, ver el día en que el Señor nos
devuelva a nuestra tierra.
Y, como no puedo, ni quiero negar lo que soy, lo hago también como pastor
preocupado por la felicidad de su rebaño, como hombre de fe que recuerda siempre
lo que acabo de mencionar: que solamente el Señor nos puede devolver a nuestra
tierra, que para ello es necesario poner humildemente bajo su guía éste y todos
los esfuerzos que hagamos por la patria.
Pidámosle, pues, que nos infunda su espíritu y que cambie nuestro corazón de
piedra por un corazón de carne, para recuperar la cordialidad y hacer de ella un
instrumento de liberación, que nos conduzca a la Cuba “creyente y dichosa” por
la que tantos han dado la vida.
En la barca de los tres Juanes, símbolos ellos mismos del pueblo cubano,
pongamos hoy estas intenciones, para que la misma María Santísima de la Caridad
del Cobre, que los condujo a ellos a puerto seguro, lleve nuestra súplica por
Cuba a los pies de Jesucristo, su Hijo y Señor Nuestro. Que así sea.
Fuente: Revista Ideal Julio del 2004 No.329