El presente será futuro
Mons. Agustín Román
El Santo Padre Juan
Pablo II ha venido a este continente americano a visitar Canadá, Guatemala y
México. Ha venido a celebrar el encuentro con jóvenes del mundo en Canadá, en la
XVII Jornada Mundial de la Juventud. Ha venido a recordarles que ellos son la
sal de la tierra y la luz del mundo. Les invita a ser sal que preservará de la
corrupción a este mundo que busca a Cristo y sin Él no podrá ser feliz. Les
invita a ser luz del mundo para que iluminen viviendo el Evangelio, y así los
hombres puedan descubrir el camino sagrado que es Cristo mismo. Nadie en el
mundo es capaz de congregar el alto número de jóvenes que el Papa reúne y, sin
embargo, se presenta ante ellos con la sola arma de la verdad.
En otras ocasiones les ha dicho: “Cualquier cosa que hagan con su vida, hagan
que sea un reflejo del amor de Cristo. Todo el pueblo de Dios se enriquecerá con
la diversidad de sus compromisos. En todo lo que hagan recuerden que Cristo les
llama, de una u otra manera, a un servicio de amor: amor de Dios y amor del
prójimo”.
El Santo Padre ha venido a dar gracias por la primera evangelización, recogiendo
sus frutos en Guatemala y México al canonizar al Hermano Pedro de San José
Betancourt, un evangelizador, y Juan Diego, un evangelizado.
El primero, nacido en las Islas Canarias en 1626 y muerto en Guatemala en 1667.
Tras fracasar en los estudios que cursaba para hacerse sacerdote, el Hermano
Pedro se había convertido en ermitaño, y vino a Guatemala y formó una comunidad
para atender a los enfermos y a los pobres, surgiendo así la principal de las
cuatro congregaciones religiosas fundadas en América y que llevó el nombre de
Betlemitas.
En pocos años, la congregación se expandió de Guatemala a Cuba, México, Ecuador,
Perú, Bolivia y Argentina, donde los frailes consagraban sus vidas al cuidado de
los enfermos y educando a los niños.
En el siglo XVIII, tan sólo en el hospital de La Habana, llegaron a atender a
500 enfermos, y en Lima a 150. La siembra del Hermano Pedro floreció rápidamente
a pesar de que sólo vivió 41 años.
Esta orden religiosa fue suprimida por las Cortes de Cádiz en 1820 debido a que
se consideró como favorable a la causa de la independencia de América. El bien
que su fundador sembró no se ha olvidado y el pueblo guatemalteco ha venerado al
Hermano Pedro y lo mostrará al mundo como quien se olvidó de sí para atender a
sus hermanos y hermanas en Cristo.
El día 30 es la canonización de Juan Diego en la Basílica de Guadalupe en el
Cerro Tepeyac. Es el mismo lugar donde en diciembre de 1531 la Santísima Virgen
visitó por primera vez este continente americano, que vivía entonces el comienzo
de la primera evangelización. La Santísima Virgen le entregó a Juan Diego su
fotografía para que las generaciones futuras la recordaran y no olvidaran el
Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en sus entrañas para salvarnos.
Juan Diego representa al pueblo indígena que recibía la luz del Evangelio, que
lo aceptó por el don de la fe. Juan Diego fue y sigue siendo un modelo de fe. Fe
probada al no ser comprendido por el obispo Juan de Zumárraga, pero esto no lo
desanimó.
Hoy, después de 471 años, el cielo y la tierra lo aplaudirán al ser canonizado
por Juan Pablo II.
La semilla del Evangelio sembrada en buena tierra siempre genera y da frutos en
la hora que el Señor estime.
El Santo Padre, Vicario de Cristo, se ha convertido en el primer misionero del
mundo, demostrando que para sembrar la semilla del divino Evangelio, no importa
carecer de salud si se tiene voluntad.
El nos ha llamado a la Nueva Evangelización, nueva en fervor, métodos y
expresiones, pero su llamado no es sólo de palabras, sino de ejemplo.
Su visita ha sido un nuevo llamado al encuentro con Jesucristo vivo, camino de
conversión, comunión, solidaridad y misión para todo el continente americano. No
hay duda que la semilla sembrada en la primera evangelización está dando sus
frutos en la Nueva Evangelización.
El pasado se ha vuelto presente y el presente se convertirá en futuro.
Fuente: La Voz Catolica. Julio del 2002