Pasión por el Evangelio. Vida y obra de Mons. Agustín Román
Brenda Tirado Torres
¡Ay de mí si no
evangelizara!
El versículo de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios ha sido el lema de
Mons. Agustín Román. Es además el legado que deja al pueblo cristiano del sur de
la Florida.
“He querido, pero no he podido vivir plenamente esa frase”, lamenta el Obispo, a
pesar de que innumerables personas han sido testigos de su entrega y empeño en
llevar la Palabra de Dios a los confines de la Tierra.
El pasado 29 de abril sometió su renuncia al Episcopado, tal como lo establece
el Derecho Canónico cuando un obispo llega a cumplir la edad de 75 años.
“No me retiro, sino que me jubilo”, aclara el prelado cubano. “Uno se retira
para el trabajo administrativo, pero no para el trabajo pastoral, porque
seguiré, como todo sacerdote, sirviendo a la Iglesia”.
Deja ya de ser Obispo auxiliar, pero continúa como Obispo titular de la diócesis
de Sertei, en lo que hoy se conoce como Argelia, en África. Explica que a todo
Obispo auxiliar se le da el título de una diócesis que ya no existe. En el caso
de Sertei, todos sus habitantes fueron martirizados.
“Le pregunté a un misionero si yo podía visitar Sertei, y me respondió que
entrar sería fácil, pero que tal vez no pueda salir, porque todavía en la zona
hay una fuerte persecución contra los cristianos”, comenta. “Y como soy pro
vida, he tenido cuidado de no entrar en esa diócesis hasta que no esté seguro de
que pueda salir”.
De Cuba a tierras de misión
Agustín Alejo Román Rodríguez nació el 5 de mayo de 1928 en San Antonio de los
Baños, “en el campo de Cuba”, como él lo recuerda. Sintió la vocación al
sacerdocio a los 16 años, y el contacto con la juventud durante su etapa de
catequista le motivó a prepararse mejor en materias de la fe. A los 21 años
decidió ser sacerdote, y entró al seminario de los Padres de Misiones
Extranjeras, una comunidad de origen canadiense que tenía un programa para
“vocaciones tardías” en la diócesis de Matanzas.
Fue ordenado sacerdote en Colón, Matanzas, en 1959, donde sirvió hasta
septiembre de 1961. El 17 de aquel mes formó parte del grupo de 130 sacerdotes
que, junto con el Obispo auxiliar de La Habana, Mons. Eduardo Boza Masvidal, fue
expulsado de su patria. En aquel tiempo, Cuba contaba con cerca de 700
sacerdotes para el cuidado pastoral de seis millones de habitantes. Mons. Román
entiende que el gobierno planificó dejar unos 200 sacerdotes en la isla, por lo
que 500 fueron expulsados. En la actualidad, Cuba tiene menos de 300 sacerdotes
para atender las necesidades espirituales de una población que supera los 11
millones de habitantes.
“Yo pensé que el sistema se iba a caer rápidamente, que nosotros podíamos ir
hacia el Caribe y, en el momento que cayera el régimen, íbamos a regresar para
continuar trabajando”, admite con dolor. Pero aclara de inmediato que “nunca
salimos por nuestra voluntad. Yo salí forzado, pero nunca hubiera podido dejar
al pueblo de Cuba, al pueblo de Matanzas, donde estuve incardinado. Nunca lo
hubiera dejado si estaba dispuesto –y todos allí lo estábamos– a acompañar al
pueblo en todo, en las buenas y en las malas”.
El grupo llegó en el barco Covadonga a España. Desde allí, el P. Román fue
enviado por los Padres de Misiones Extranjeras a Chile, de donde conserva
hermosos recuerdos.
“Nadie se siente extranjero entre el pueblo chileno, con el que viví cuatro
años. Fue una escuela misionera”, expresa sobre su experiencia en el país
suramericano. “Fueron años muy lindos. Ese ha sido uno de los regalos que el
Señor me ha dado”.
En 1966 llegó a la Arquidiócesis de Miami, “siempre soñando con un regreso
rápido a Cuba”. Al año siguiente de su llegada, el arzobispo Coleman F. Carroll
le asignó a la Ermita de la Caridad, que comenzaba a construirse. Los exiliados
cubanos manifestaban una gran devoción a su Patrona, la Virgen de la Caridad del
Cobre, y desde 1961, el Arzobispo había celebrado su fiesta anualmente cada 8 de
septiembre.
Mientras la construcción progresaba, los fieles se reunían en una pequeña
capilla, hasta que la construcción de la obra se terminó en 1973. A la misma
vez, el P. Román cumplía con sus deberes como capellán del Hospital Mercy, y
asistente en la parroquia St. Kieran.
Su exhortación a los exiliados para que donaran “kilos” (centavos) para la
construcción de la Ermita, fue acogida con tanto entusiasmo que en siete años se
recaudó lo suficiente para cubrir el costo del proyecto. Con “kilos” también se
ha pagado el costo de las extensiones y los monumentos que rodean la Ermita.
“Todo se ha hecho con centavos, y no hay ninguna deuda”, afirma.
Desde 1977 a 1979, fue director espiritual de la Renovación Carismática, y de
1978 a 1979 dirigió el movimiento de Cursillos de Cristiandad. También
perteneció al Comité sobre Piedad Popular, y desde 1976 a 1984 fue vicario
episcopal de los hispanohablantes de la Arquidiócesis.
En Miami permaneció sin ser incardinado (o pertenecer oficialmente a la
diócesis) hasta el 24 de marzo de 1979, cuando se convirtió en obispo auxiliar.
Con su ordenación al Episcopado se convirtió en el primer obispo cubano en esta
nación. Fue miembro del Comité de Asuntos Hispanos y del de Emigración y
Turismo, de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.
Una Ermita para todos
Aunque en sus inicios los fieles cubanos integraban la mayoría de quienes se
congregaban en la Ermita, como toda obra católica nunca se ha limitado a una
nacionalidad específica. Siempre ha sido un lugar para que todos celebren sus
fiestas patrióticas, religiosas y, en palabras de Mons. Román, “para expresar
ante la Virgen sus dolores como inmigrantes, como desterrados”. Tras el paso de
los años, la Virgen de la Caridad se ha convertido en la Patrona de todos los
inmigrantes.
“No hay pueblo que no haya peregrinado, comenzando con los de habla hispana”,
dice el prelado. Cuando se les predica, se les ofrece su historia de
evangelización.
La Ermita –que celebra este año su 30º aniversario– no es parroquia, sino “un
instrumento de contacto con la Iglesia permanente”, como la describe Mons.
Román. El único sacramento que se administra allí es la confesión. La misa se
celebra de lunes a sábado, al mediodía y a las 8:00 pm, y los domingos a las
8:00 pm.
Fue proclamada Santuario Nacional el 8 de septiembre del año 2000. Allí se puede
encontrar a Mons. Román compartiendo con los fieles, respondiendo cartas, y
contestando las llamadas telefónicas. Pero aclara que el crédito no es sólo
suyo.
“Hay que resaltar la presencia de los sacerdotes que han estado allí; también de
las Hijas de la Caridad, que han sido el sostén de esa obra, y el trabajo de la
Archicofradía de la Virgen de la Caridad”.
La Cofradía de la Caridad se fundó en junio de 1968. Está integrada por laicos
de distintas nacionalidades, y ha tenido más de 54,000 miembros desde su
establecimiento. El obispo explica que el 31 de mayo del 1998, al bendecir la
capilla del Santísimo Sacramento y las extensiones del Santuario, el arzobispo
John C. Favalora la elevó a Archicofradía. Mons. Román dice que, gracias al
trabajo de los cofrades, al igual que al de todos los que laboran en la Ermita
de la Caridad, se ha logrado que los visitantes del Santuario –más de medio
millón anualmente– “puedan practicar una devoción mariana más eclesial, más
purificada”.
“Nosotros tenemos sincretismo dentro del pueblo cubano”, explica. “Para
nosotros, todo esfuerzo por conocer a Dios ya es un avance, pero tenemos que
predicar la fe católica clara. Las puertas de la Ermita deben estar abiertas
para todas las personas, aún las más confundidas por no haber sido catequizadas.
Tenemos que exponer claramente cuál es la verdad, lo que hay que creer, lo que
Jesucristo nos manda. Pero no nos asustamos porque una persona entre, aunque
sepamos que está en un error. Queremos que escuche la Palabra de Dios y que se
acerque”.
Medios católicos de comunicación
Su lema, ¡Ay de mí si no evangelizara!, ha sido el motor en su empeño por
proclamar el Evangelio a todos los confines.
“Jesús dijo a sus apóstoles, ‘Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio’.
La única manera que tenemos para hacer que el Evangelio llegue a la mayoría de
la gente es a través de los medios de comunicación. Así se está cumpliendo el
mandato de Jesús”.
Su anhelo por cumplir esa orden divina le llevó a fundar La Voz Católica, el
periódico hispano de la Arquidiócesis de Miami, en 1982, del cual asegura que
“era algo con lo que yo soñaba”.
El semanario arquidiocesano The Voice, en inglés, contaba con un par de páginas
en español. Pero Mons. Román estaba interesado en que hubiese una publicación
católica en español que no sólo llegara a las parroquias, sino también a los
empleados en las fábricas. Se le ocurrió que la mejor manera de distribuirlo era
a través de los “loncheros”, los vendedores de almuerzo en aquellos centros de
trabajo.
Araceli Cantero –quien había comenzado como reportera en The Voice– asumió en
1985 la dirección del periódico hispano “y le dio una forma más profesional. Con
el tiempo, La Voz Católica tomó más ‘cuerpo’. Para mí ha sido un gusto ver su
progreso durante estos años”, expresa el Obispo. “¡Cuántas personas recibimos
bien orientadas desde el punto de vista doctrinal, porque leen el periódico! ¡Y
cuántas personas se han convertido por escuchar un programa en Radio Paz!”
Radio Paz es la emisora radial de la Arquidiócesis de Miami, y transmite a
través de la frecuencia 830 AM.
“Doy gracias todos los días, todos los días, por los medios que tenemos”,
manifiesta Mons. Román. “Muy pocas diócesis en Estados Unidos y fuera del país
tienen lo que nosotros podemos disfrutar”.
Uno de los recuerdos más impresionantes de su vida es el de la crisis de los
inmigrantes cubanos recluidos en las cárceles federales de Oakdale, Louisiana, y
Atlanta, Georgia, a finales de 1987.
En 1980, Fidel Castro permitió la salida del país de unos 147,000 cubanos por el
puente marítimo del Mariel, y más de 120,000 llegaron a las costas de la
Florida. Los movimientos apostólicos de la Arquidiócesis de Miami prepararon un
folleto para orientar a los recién llegados. En la Ermita de la Caridad se hizo
una lista muy precisa con información sobre cada uno de ellos, provista por sus
desesperados familiares.
“Era como una historia, una fotografía de cada persona”, recuerda Mons. Román.
Ninguna otra institución contaba con documentos similares sobre los refugiados
cubanos.
Sublevación en las cárceles
En noviembre de 1987, los prisioneros cubanos, ya cansados de las promesas sin
cumplir por parte del gobierno de los Estados Unidos, terminaron por sublevarse.
“Cuando se les anunció la deportación, incendiaron, tomaron rehenes, hicieron
cosas que no debieron”, cuenta Mons. Román, al explicar cómo llegó a mediar en
la crisis. “No era porque yo fuera especial. Quien único escuchaba su clamor era
la Iglesia, y en la Iglesia estaba yo”.
Con la ayuda del abogado Rafael Peñalver y de un grupo de asociaciones cívicas,
acudió al Departamento de Justicia de los Estados Unidos. Era el fin de semana
de Acción de Gracias; la crisis en las prisiones no daba indicios de mejoría, y
las instituciones ya se encontraban rodeadas por tanques militares.
Al principio, el Departamento de Justicia respondió que contaba con personal
profesional para controlar la situación. Pero al no lograr un avance en las
negociaciones, se le solicitó a Mons. Román que viajara a Oakdale. Cuando llegó
a la prisión, pidió dar una vuelta por los alrededores de la institución.
Al verle, los prisioneros salieron hasta las verjas y comenzaron a cantar Tú
reinarás, Alabaré, y otros himnos religiosos.
“Ellos habían fabricado sus propias armas. Les dije, ‘Ustedes quieren libertad
pero han tomado prisioneros allá dentro. Lo primero que les pido es que me den
los prisioneros. Si ustedes dan la libertad, les tendrán consideración’”.
Los reclusos protestaron, porque sentían que se les había engañado por mucho
tiempo. Pero el obispo les volvió a insistir.
“Vamos a rezar un Padre Nuestro, pero que nadie rece con un arma en la mano”,
les pidió. “No podemos ir al Padre de los Cielos si estamos armados, porque un
arma es para matar a otro ser humano”.
A medida que se rezaba el Padre Nuestro, las armas fueron cayendo.
“Me entregaron todos los rehenes, que fueron transportados al hospital. Los
prisioneros fueron trasladados a otras cárceles, y se les hizo juicio”.
El motín en Atlanta fue solucionado días después, también tras la intervención
del obispo cubano. Cuando los medios de comunicación comenzaron a llamarle
“héroe”, él respondió que “un obispo, un sacerdote, es un servidor, no un
héroe”.
A comunicar el regalo de Cristo
Desde 1986, Mons. Román padece problemas cardíacos. Durante la primera mitad del
año 2002, su estado de salud empeoró hasta necesitar una operación del corazón,
la segunda en 10 años. Tan delicada era la situación que, antes de ser operado,
el Obispo escribió un mensaje de despedida, en caso de morir durante la
intervención quirúrgica.
La operación fue exitosa, y cuando llegó a la American Airlines Arena, para la
fiesta de la Virgen de la Caridad, el pueblo estalló en aplausos. Aquellos miles
de fieles eran sólo una parte de todos –católicos o no– los que se unieron para
pedirle al Señor que les permitiera disfrutar a Mons. Román un tiempo más. Pero
él, con su característica humildad, pide que no le den importancia.
“No tengo mucho que dar. Mi vida ha sido muy sencilla y será así siempre”, dice,
antes de enviar un mensaje al pueblo que le quiere, inspirado en su lema de
vida.
“Quisiera que el Evangelio fuera la pasión de todos nosotros. Esfuércense por
vivirlo, por comunicar a todos ese regalo que Cristo nos trajo, que es Su luz,
sin la cual no podemos ver este mundo”.
Fuente: La Voz Católica, Arquidiócesis de Miami. Agosto del 2003